
Cada verano, y a raíz del aumento de las temperaturas, en las consultas se empieza a repetir un patrón: personas que estaban más o menos estables emocionalmente y de pronto se sienten desbordadas, repuntes de los síntomas en pacientes con ansiedad y, sobre todo, una avalancha de insomnios que a veces cuesta revertir. Es como si, de golpe, la capacidad del cuerpo y la mente para autorregularse se viera sobrepasada. Y en gran parte, lo está.
El calor extremo no solo nos agota físicamente. También tiene un impacto real y profundo sobre nuestra salud mental. Irritabilidad, ansiedad, agitación, sensación de fatiga mental, falta de concentración, tristeza sin motivo aparente... todo esto se dispara con las olas de calor, especialmente si se encadenan varios días seguidos sin alivio térmico. En este contexto, el Dr. Miquel Bel, psiquiatra y colaborador en Doctoralia, comparte algunas recomendaciones para gestionar la subida de temperaturas.
¿A quién afecta más?
Aunque todos podemos notarlo, hay grupos especialmente vulnerables:
- Personas con niveles elevados de ansiedad o estrés de base: el calor actúa como un estresor adicional, y cuando el sistema ya está al límite, puede desbordarse con facilidad.
- Pacientes que toman medicación psiquiátrica: ciertos psicofármacos —como antipsicóticos, estabilizadores del ánimo o antidepresivos tricíclicos— interfieren con los mecanismos naturales de regulación térmica, o aumentan la sensibilidad a la deshidratación y la somnolencia.
- Niños y adolescentes, cuyo sistema nervioso aún está en desarrollo, y los mayores, especialmente si viven solos o tienen enfermedades crónicas.
- Personas con enfermedades físicas asociadas a la salud mental, como la fibromialgia, la fatiga crónica o enfermedades reumatológicas. El calor puede agravar los síntomas físicos y, con ello, aumentar la carga emocional o depresiva.
Insomnio y salud mental: una relación circular
Uno de los efectos más inmediatos del calor es la alteración del sueño. El calor prolongado genera hiperactivación del sistema nervioso simpático, hace que nos encontremos en un estado de estrés fisiológico, se eleva la liberación de cortisol (hormona del estrés) y disminuye la secreción de melatonina (clave para dormir bien).
El insomnio no es un detalle menor: afecta directamente al estado de ánimo, la tolerancia emocional, la concentración y la capacidad de disfrute. Tras varios días sin un descanso reparador, muchas personas empiezan a sentirse más tristes, impulsivas o con una especie de niebla mental que dificulta pensar con claridad. En pacientes con antecedentes depresivos o ansiosos, dormir mal puede marcar la diferencia entre estabilidad y recaída.
Profesiones más expuestas: una adaptación necesaria
En personas que trabajan al aire libre —como operarios de mantenimiento urbano, jardineros, trabajadores de la construcción o limpieza viaria— el impacto del calor sobre la salud mental es doble: físico y emocional. El cansancio acumulado, los cambios de turno, la falta de pausas reales o espacios de sombra, y la presión por mantener el rendimiento pueden derivar en agotamiento, mayor irritabilidad o alteraciones del sueño incluso en días sin trabajo.
Con el avance del cambio climático, estas situaciones serán cada vez más frecuentes. Adaptar los horarios laborales a las horas menos calurosas, ofrecer descansos adecuados e introducir medidas preventivas específicas ya no es solo una cuestión de salud física, sino también de salud mental pública.
Recomendaciones para mitigar los efectos del calor
- Priorizar el descanso nocturno: usar ventiladores, aire acondicionado (con moderación), cambiar de habitación si hace más fresco, o incluso dormir en camas separadas si la temperatura corporal compartida empeora el sueño. Dormir bien es prioritario.
- Adaptar horarios laborales y sociales: si es posible, evitar reuniones exigentes o trabajo intenso en las horas centrales del día. No es el momento de rendir al máximo, sino de rendir con sensatez.
- Hidratación constante y comidas ligeras: son pequeños gestos que marcan una gran diferencia tanto física como emocional.
- Duchas de agua fría durante el día: ayudan a regular la temperatura corporal y tienen además un efecto de “reseteo” que muchas personas perciben como estimulante y calmante a la vez.
- Evitar confrontaciones o decisiones importantes en las horas de más calor: en esos momentos, nuestro umbral de tolerancia emocional está más bajo.
- Escuchar las señales del cuerpo: si uno se siente sobrecargado, no tiene por qué forzarse a mantener el ritmo habitual. Frenar a tiempo es un acto de salud mental.
- Consultar si el malestar persiste: no hay que normalizar sentirse mal durante semanas. A veces, un pequeño ajuste clínico o terapéutico puede marcar una gran diferencia.